Abstract
La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 nació y tendió a la expansión del reconocimiento universal de la dignidad humana. Incorporando el pasado, tratando de comprender el sentido de la existencia e incluyendo al mundo en esa búsqueda, aspiró a lo categórico, a conocer la esencia, el valor intrínseco del ser humano, en relación con otros seres. Hoy, en su nombre, dada la actual ruptura con la tradición y la Historia, se ha extendido una nueva y paradójica concepción de lo humano, emancipadora y homogeneizante. Clamando la reivindicación del “yo”, se ha producido una inconsistencia absoluta en la aplicación de la DUDH: no puede seguir llamándose universal una Carta subsumida y aplicada en un contexto radicalmente uniforme.