Abstract
La belleza ha sido, desde tiempo de los griegos, el tormento de los filósofos; conformarse tal idea apresándola bajo una definición a la que se niega ha ocupado, siempre en vano, la tarea de no pocos pensadores hasta la actualidad. La hermosura no deja racionalizarse y hace así de la razón una sinrazón; ni es cognoscible, ni posee estructura lógica. Es por ello que a través de la percepción estética aprehendemos lo que en sí no es perceptible; es la experiencia de apertura de una interioridad que hasta el momento había permanecido oculta a los ojos de lo cotidiano y adquiere ahora un rango de primer orden.