Abstract
La concepción de la vida como un viaje, como una peregrinación hacia un destino que, según los momentos históricos, ha tenido distintas caras, es algo específico de nuestra cultura. El mundo clásico, a través de su gran educador, Homero, ya introdujo la visión del carácter temporal de cualquier circunstancia histórica ejemplificándolo en Ulises, imagen del hombre cuya vida es una continua búsqueda. El viaje como trama cotidiana es la base de la cultura judía, aunque de otra característica, ya que tiene su punto de partida no en la búsqueda sino en la partida hacia una tierra desconocida. Con el cristianismo, esta cosmovisión se consolida, ya que la vida del Verbo se presenta como una peregrinación por el mundo. La modernidad nos trae una fragmentación del destino y, así, el viaje adquiere un tono trágico, se convierte en una búsqueda desesperada.