Granada: Editorial Comares (
2014)
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Abstract
Un nuevo intento sobre la relación filosófica entre G.W. Leibniz y
B. Spinoza. Después de tres siglos de haber tenido lugar la disputa intelectual entre
ambos pensadores aún sigue teniendo interés analizarla. A lo largo de este amplio
periodo se han escrito multitud de libros y artículos intentando establecer
detalladamente el carácter profundo de este fructífero contacto filosófico. La
evaluación de esta relación ha ido cambiando históricamente, desde la tesis de que
hubo una significativa influencia de Spinoza sobre Leibniz, hasta la tesis contraria,
de que cuando Leibniz leyó a Spinoza ya tenía diseñados los rasgos fundamentales
de lo que sería su pensamiento definitivo. A medida que se va conociendo la obra
completa de ambos autores, esta discusión va adquiriendo perfiles y matices
nuevos. A estas alturas, al menos dos tesis pueden ser asumidas: (1) que Leibniz
discrepa en aspectos fundamentales del pensamiento de Spinoza y (2) que tuvo un
serio interés filosófico en discutir el pensamiento del holandés. ¿Por qué si hubo
en la posición definitiva de Leibniz tal discrepancia, se mantuvo a la vez ese
intenso interés por su filosofía? Esta pregunta se agudiza si se tiene en cuenta la
situación socio-cultural de cada uno de ellos. Mientras Spinoza pagó ampliamente
ante la sociedad de su tiempo su libertad y heterodoxia de pensamiento, Leibniz
estaba ligado a la política y la diplomacia, por lo que cualquier ruptura o relación
políticamente «incorrecta» podía perjudicar la eficacia de su labor como
diplomático.
Esta pregunta es una de las que se debate en este volumen. Evidentemente
no es este el lugar para intentar una respuesta detallada de la misma, pero sí se
pueden apuntar algunas líneas por donde habría que buscarla. En primer lugar,
Leibniz vio probablemente en la obra de Spinoza un potente sistema filosófico
que cuestionaba desde la misma raíz algunas de las tesis básicas que Leibniz tenía
por irrenunciables. Y esto con un rigor y coherencia que suponían realmente un
reto a la altura de la mente leibniziana. El intelecto de Leibniz exhibió durante
toda su vida un espectacular interés por abordar nuevos problemas, nuevos retos,
nuevos desafíos, no solo en el terreno filosófico, sino en todo ámbito del saber
donde hubiera una dificultad que resolver. La productividad y creatividad de
Leibniz en todos los terrenos teóricos y en muchos ámbitos prácticos está fuera de
toda discusión. Hasta el punto de que después de él, pocas mentes ha producido
la cultura occidental con semejante originalidad en tan diversos ámbitos del saber.
Siendo así, Leibniz tenía ante sí una inteligencia a su altura, un reto
realmente desafiante para él, al que de ninguna manera podía dejar pasar. Y esto
tanto por motivos personales (un reto a su inteligencia creativa) como por motivos
filosóficos (estaban en cuestión algunas de las tesis firmemente establecidas en la
cultura europeo-cristiana). Se plantea de este modo una de las ocasiones históricas
en que dos grandes genios de la humanidad coinciden en el tiempo y tienen
oportunidad de un enfrentamiento directo. Así ocurre en momentos como los de
Platón y Aristóteles o Hegel y Schopenhauer. Se trata, pues, de un momento
privilegiado para la historia del pensamiento occidental. En el caso particular de
Leibniz, su prodigiosa capacidad intelectual le lleva a repetir esta situación
excepcional en sus disputas con intelectuales de la talla de J. Locke o de I. Newton.
Si a esto añadimos los contactos y discusiones directas de Leibniz con Th. Hobbes,
N. Malebranche, R. Boyle, Ch. Wolff, J.B. Bossuet, P. Bayle, A. Arnauld o
J. Bernoulli, podremos estar de acuerdo en que con la obra de Leibniz estamos en
un momento clave de la configuración de la modernidad. Esto explicaría, pues, el
interés intenso de Leibniz por una obra con la cual discrepaba en tesis esenciales.
En segundo lugar, este interés pudo estar alimentado por la cercanía que
en determinados aspectos pudo detectar Leibniz respecto al pensamiento
spinozista. Mucho se ha discutido sobre esta cuestión, y al respecto se han
mantenido las más variadas posturas. La tesis de que Leibniz se vio a sí mismo
peligrosamente cerca de Spinoza resulta verosímil, dadas las raíces filosóficas que
compartían. Aparte de las corrientes filosóficas que cada uno asumió a su manera
y de modo específico, hay una referencia filosófica decisiva para todo el siglo
XVII que es el cartesianismo. Descartes había transformado el modelo de
racionalidad predominante entre los intelectuales europeos, en el marco de la
configuración de las incipientes ciencias modernas. Con su obra reorientó el
sentido de la cultura europea, independientemente de la valoración que esto
merezca. El cartesianismo era el modelo de referencia para los intelectuales del
siglo XVII, acerca del cual había que posicionarse. Y esto en el contexto de otras
múltiples influencias, presiones, oportunidades, nuevas posibilidades, exigencias
históricas, etc.”
Inicio del Prólogo.
LEIBNIZ-SPINOZA: FORJANDO LA MODERNIDAD.
Juan Antonio Nicolás (Granada)