Abstract

El don y el presente del Espíritu de Dios son Dios mismo, que llama a nuestra vida a la plenitud desde su raíz. Desde una perspectiva bíblica, el Espíritu Santo es la donación que Dios nos hace. El origen de esta donación está en el rostro resplandeciente de Dios. Su finalidad en el Nuevo Testamento es culminar el único acontecimiento salvífico de Cristo. Cristo nos envía su Espíritu en virtud de su Cruz, criterio del discernimiento de los espíritus. La misión del Espíritu Santo se expresa hoy por la teología de la vida actual y generalizada en sus diversos enfoques. Al enviarnos el Espíritu Santo, Dios nos revela su aceptación de la vida; al experimentarla en el horizonte de la nueva creación, nos sentimos estimulados a colaborar con esta nueva creación de tres maneras: en primer lugar, con la renovación del pueblo de Dios, creando una comunidad; en segundo lugar, con la renovación de los vivientes, haciendo una ecología salvadora; finalmente, con la renovación de la tierra, recuperando el respeto y la santidad de la tierra de Dios, en lugar de destruirla con una mentalidad instrumental e interesada.