Abstract
La puerta de entrada a la fenomenología es, según su fundador, Edmund Husserl, la "epojé", la suspensión de todas las proposiciones con las que se afirma ser a un evento en el mundo. Esta actitud es la que se presupone para abstenerse de prejuicios como lo procuran la filosofía y la ciencia desde sus inicios. Cuando se introdujo la actitud de la epojé en la época del helenismo por los escépticos y estoicos, ésta se basaba a su vez en un prejuicio no controlado: en asumir que entre el ser de los sucesos y su aparecer al hombre hay un abismo que debe ser superado gracias a decisiones de la voluntad. De este voluntarismo se desarrolló más tarde el subjetivismo moderno, cuyas consecuencias ecológicas y políticas preocupan hoy en día a toda la humanidad. El pensamiento griego antes del helenismo se basaba en la equiparación de ser y aparecer sin que interviniera para nada la voluntad. Pero también esto era un prejuicio sin controlar. La nueva forma de epojé de la "fenomenología" ("doctrina del aparecer'') es la suspensión de ambos prejuicios acerca de la relación de ser y aparecer. Aparecer significa fenomenológicamente: manifestarse en el contexto de sentido de horizontes, de "mundos". Todos los mundos sean los horizontes de hombres singulares o de culturas globales pertenecen a un singular específico, el mundo en cuanto tal, lo que llamamos "el mundo-uno". El mundo-uno como horizonte universal es la dimensión del aparecer. Pero como se hizo claro en la continuación de la fenomenología por Martín Heidegger, la esencia del mundo no consiste en su carácter de horizonte. La fenomenología como apertura del camino de una filosofía después del subjetivismo tiene la tarea histórica de clarificar en qué sentido el mundo-uno es "más" que horizonte y qué significa esto para los muchos mundos. Sólo con esto se aclara la relación de ser y aparecer y el significado futuro de la voluntad para la posición del hombre en el mundo.