Abstract
En 1944 el famoso sociólogo alemán Theodor W. Adorno publicó un libro en el que aparecía una de las frases que pasarán a la historia del imaginario colectivo; la frase decía: “. . . escribir un poema después de Auschwitz es un acto de barbarie y esto también corroe al conocimiento, el cual afirma por qué se ha vuelto imposible escribir poemas” (Adorno, Prismas 23). Aceptada como axioma por unos y ampliamente criticada por otros, lo cierto es que dicha frase no dejó
indiferente a nadie. Ésta vendría a decir que hay momentos tan graves para la humanidad que marcan un antes y un después en la historia. Esos momentos kairológicos se sacralizan hasta tal punto que intentar explicarlos, comprenderlos o representarlos artísticamente supone un acto de barbarie. Sin embargo, cientos de judíos que pasaron por la terrorífica y vergonzosa experiencia de los campos de concentración “escribieron poemas” después de Auschwitz. Y lo hicieron no como desafío sacrílego sino como modo de mostrar las polimorfas caras del ser humano; lo hicieron como enseñanza a la humanidad para que la historia no se repitiera; y, en definitiva, lo hicieron como terapia individual y también colectiva, para intentar superar el trauma más grande del siglo XX y evitar así que la dolorosa experiencia del luto se extendiera ad infinitum. No se ha citado a Adorno por casualidad. A nuestro parecer resulta muy sugerente establecer un paralelismo entre lo dicho por Adorno y el tema que se va a analizar. Salvando las diferencias, la pregunta que servirá como hilo conductor a las siguientes investigaciones resulta de algún modo similar a la que se hizo Adorno algunos años después de la guerra civil española; esa pregunta dice: ¿se puede hacer humor después de y sobre la guerra civil? En lo que sigue, trataremos de demostrar en este trabajo que no sólo se puede sino que se debe hacer humor después de una experiencia tan traumática como la española