Abstract

Queriendo sintetizar la cuestión a la cual el principio de autonomía ofrece una respuesta, se podría decir que versa sobre el reconocimiento del otro. Dicho en otros términos y parafraseando a Hanna Arendt, la pregunta subyacente es si somos quiénes o somos qué cosa. Declarar la autonomía de cada sujeto humano sign~fica, en este sentido, considerar con .firmeza que no se puede tratar a tal sujeto como una cosa. De eso deriva la posibilidad de una definición práctica de aquello que deba considerarse un mal: se tiene un mal cuando un individuo humano no es considerado como un interlocutor, como un tú, sino, precisamente, como una cosa, es decir como un cuerpo, o sea, cuando es reducido a instrumento o a objeto de una manipulación. Es propio de la naturaleza humana el tomar decisiones en conciencia, realizando elecciones éticamente re.~ponsables: por lo cual, establecer relaciones con un individuo humano no puede dejar de proponerse como una consideración de la persona como sujeto moral y con capacidad de discernimiento. La afirmación del principio de autonomía implica, por tanto, una opción ética precisa, que es la intuición fundamental de toda la historia de la ética: aquella que, reconociendo en el otro un sujeto moral comporta la renuncia a actuar instrumentalmente en relación con él, abierto, de este modo a la relacionalidad. Si el principio de autonomía del individuo sostiene que el sujeto humano no es reducible a una cosa, esto vale también para la relación de cada uno consigo mismo. De esto deriva que el principio de autonomía no permite justificar la elección del individuo de anular su existencia. Lo cual no implica afirmar la ausencia de límites en la intervención terapéutica