Abstract
El que para Nietzsche sea nuestro cuerpo el que interpreta, sobre el sustento pulsional de las fuerzas inconscientes, tiene la consecuencia de desdibujar la seguridad del privilegio constituyente y unificador de la conciencia. La fragmentación implícita en la fisiología hermenéutica es la que permite la afirmación de la vida en todas sus dimensiones. Entender las pulsiones como proyecciones interpretativas de la voluntad de poder supone la ratificación de la excelencia, pero, al mismo tiempo, el abismo de la parte maldita. Este agón trágico, tan reconocidamente nietzscheano, parece no haber tenido más remedio que expresar su contradicción en el carácter expiatorio de algunas muestras del arte corporal actual.